El bochorno de la tarde persistía en la atmósfera inmóvil de aquel anochecer del agonizante verano. Ningún hálito de viento sacudía las frondosidades de la arboleda, ni refrescaba a la gente que ocupaba los bancos de los paseos del parque, o que deambulaban indolentemente huyendo del caldeado ambiente de sus hogares.
En uno de los rincones más apartados y ocultos del parque, apenas iluminado por un farol distante, cuchicheaban dos sombras. Desde fuera apenas si eran entrevistas, pues el ramaje de los corpulentos árboles y los recortados setos, formaban una especie de habitáculo escondido al fluir de la gente.
—Te digo que no hay peligro alguno; lo tengo todo perfectamente estudiado…
El que hablaba tiene una voz gruesa, pastosa, que modulaba con cierta dificultad.
Su rostro abotagado brilla por efectos del sudor que se acumula en los rollos de grasa del cuello y la doble papada que desborda el cuello de la fina camisa.
—Esas cosas entrañan siempre un peligro, señor Alfonso —replica su interlocutor con cautela.
—¡No seas pusilánime! —le recriminó el adiposo con un ronquido—. Podemos ganar mucho dinero si sabemos hacer bien las cosas. ¡Mucho!

El sótano y la muerte
La palabra “dinero hace que la mirada del otro centellee avariciosa y el llamado “señor Alfonso” remueve su mantecosa humanidad sobre las duras tablas de su asiento.
—Pero más tarde o más temprano la cosa saldrá a la luz —razona la otra figura, más delgada y casi sumergida en el fondo de tinieblas.
Un destello de luz del farol incide sobre la carota atocinada y reluciente, y da directamente sobre un ojo globuloso, de húmedos fulgores, y sobre otro opaco, cubierto por una nube blancuzca.
—Es una cosa muy seria —resalta el hombre oculto en las sombras—. Si nos descubren daremos con nuestros huesos en la cárcel.
—¡Eres un maldito agorero! —farfulla carrasposamente el apoplético “señor Alfonso” con su ojo fúlgido clavado en la mirada remisa que parpadea en la oscuridad—¿Por qué no piensas en todas las cosas buenas que pueden hacerse con un buen montón de dinero?… Diversiones, caprichos, mujeres jóvenes…
Las facciones hinchadas por la grasa se transfiguran mientras pronuncia tales
palabras. Su ojo espejeánte asaetea la oscuridad mientras el velado parece dar espasmos dentro de su cuenca.
Por: J.C. AMADOR
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