El desconocido – Sara tenía quince años y vivía con Rosa, su madre viuda, en las afueras d e una pequeña ciudad gallega. Un día, al volver del instituto, le dijo a su madre que un desconocido la había seguido durante todo el trayecto.
Se trataba de un hombre bastante joven, de rostro pálido, pelo castaño y barba de dos días. Su aspecto desaliñado había asustado a Sara, quien había corrido para burlar a su presunto perseguidor. Rosa se sintió preocupada al oír esto, pero intentó tranquilizar a la muchacha:
-Tranquila, seguro que solo era un pobre que quería pedirte dinero. Pero aun así será mejor que esta tarde te quedes en casa,
¿vale?
-Vale, mami.
Después de comer Rosa salió de casa para ir al trabajo y, mientras caminaba por el barrio, se acercó a ella un desconocido, que a juzgar por su aspecto debía de ser el hombre descrito por Sara. Este se dirigió a ella con bastante educación, aunque con un tono de voz algo extraño:
-Disculpe, pero tengo algo importante que decirle a su hija. Si pudiera hablar con ella…
Rosa lo interrumpió:
-¡Tú no tienes nada que decirnos ni a mi hija ni a mí! Así que déjanos en paz o llamo a la policía, ¿entendido?
Cuando Rosa se marchó, el desconocido se dijo:
-No, guapa, por supuesto que no te dejaré en paz. Ni a tu hija tampoco.
Al día siguiente (sábado), como hacía buen tiempo, Rosa y Sara decidieron ir a pasar el fin de semana al chalet que tenían en la playa. Cuando llegaron la muchacha estaba algo mareada, así que su madre le recomendó que fuera a dar un paseo por los alrededores.

El desconocido
Sara se internó en un pinar cercano, donde el aire fresco procedente del mar la ayudó a recuperarse. Pero cuando volvió al chalet encontró a su madre atada y amordazada.
Rosa había sorprendido a un ladrón con el rostro enmascarado, que la capturó antes de que pudiera gritar.
Aquel hombre también intentó atrapar a Sara, pero esta consiguió esquivarlo y huyó en busca de ayuda. Mientras corría tropezó y se hizo daño en una pierna. Al verla indefensa, el ladrón se acercó a ella con un cuchillo en la mano.
Pero entonces apareció un enorme lobo, que se arrojó sobre él. Durante la refriega el criminal consiguió herir a la bestia con su cuchillo, antes de morir degollado por un mordisco en la garganta. Sara se desmayó a causa del horror que le produjo aquel cruento espectáculo.
Cuando se despertó, el lobo había desaparecido y en su lugar estaba el desconocido que la había seguido el día anterior. Al ver que este tenía el brazo izquierdo ensangrentado, como si acabara de recibir una cuchillada, Sara supo lo que era realmente y le suplicó aterrorizada:
-¡Por favor, no me hagas daño!
Él sonrió y le dijo con una voz extrañamente dulce:
-Yo nunca he querido hacerte daño.
Ayer percibí que te seguía la sombra de la muerte e intenté avisarte, pero no pude hablar contigo ni con tu madre. Ahora esa sombra ha desaparecido y debo marcharme.
-¡Espera, por favor! Me has salvado la vida y ni siquiera sé cómo te llamas.
-Un lobo no tiene nombre.
Dicho esto, el desconocido se alejó antes de que Sara pudiera detenerlo.
Tras perderlo de vista la muchacha volvió cojeando al chalet y liberó a su madre. Rosa, llorando de emoción, abrazó a su hija y le preguntó:
-Pero, ¿qué fue del enmascarado?
Sara suspiró y dijo:
-Lo mató un lobo.
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