El ropavejero – El doctor Carrigan tenía una consulta gratuita en el barrio de Withchapel, en una calle húmeda y estrecha. Por ella pasaba una multitud variopinta, de escasos recursos económicos cuando no eran directamente mendigos. El médico era un hombre algo más alto de la media, recio, de pelo canoso y ojos amables y curiosos. Tenía la faz redonda, carrilluda y sonriente.
Era incansable a la hora de intentar atajar las penurias y sufrimientos de aquellas gentes que acudían a él en busca de alivio.
—Doctor…doctor…
El galeno terminó de lavarse las manos y dirigió una mirada al anciano desmedrado que, con voz cascada y cansada, requería su atención.
—¿Qué le pasa, abuelo?
El vejete se aproximó renqueante. Vestía ropas muy holgadas y se apoyaba en un bastón.
—¿Es que… no me reconoce? —interrogó con alguna dificultad.
Carrigan lo miró con atención. Aquellos ojos castaños le eran familiares, y también la nariz aplastada.
—Soy… soy Colby; el ropavejero.
El médico retrocedió un paso con los ojos muy abiertos… ¡Dios bendito! ¡Aquellos ojos, la nariz! Pero era imposible, Coby era un hombre de apenas cincuenta años, todavía fuerte, fibroso y con un rostro lleno y enérgico.
—Soy yo… Colby —repitió aquel anciano—. No sé qué me ha pasado…llevo dos días sin dormir…he envejecido un montón de años en tan poco tiempo…Tiene que ayudarme, doctor…Hay “algo” … “algo” que me consume.
El doctor Carrigan había quedado demudado, boquiabierto, incapaz de dar crédito a lo que tenía ante sí.
—¡Calvi! —articuló roncamente—¡Eres Colby! Pero… ¿Qué te ha pasado?
El ropavejero se dejó caer en una silla.
—No lo sé… llevo dos días sin poder dormir…estoy extenuado. Hay algo dentro de mi que me devora…
El médico se aproximó a él con lentitud. Su cara estaba lívida como la de un muerto. Sus asombrados ojos recorrían aquella faz demacrada, surcada por profundos pliegues; las mejillas sumidas, tan delgadas que eran sólo piel descolorida… ¡Y aquellos ojos! ¡Aquellos ojos implorantes en medio de un mar de arrugas!
Las manos del médico cogieron la del viejo. Todo era puro hueso revestido de piel ajada y fría. El pulso era casi imperceptible y la respiración, lenta y fatigosa, le silbaba entre los dientes.
—Colby… ¿Cómo es posible?
El semblante mortecino del ropavejero expresó una angustia sin límites.
—No… no sé qué me pasa —gimió—. La noche de ayer sentí…sentí “algo” extraño que me impedía dormir…notaba “algo” dentro de mí que me mantenía con los ojos abiertos… Por la mañana me moría de cansancio…pero en mi interior “algo” rebullía y absorbía mi energía… ¡Me estaba “comiendo” por dentro!
Envío; Salim Rodríguez administradora del grupo de WhatsApp de Cuéntame tu Historia de Terror.