El hechizo de La pata

El hechizo de La pata

By | julio 15, 2022

La pata

No creía mucho en estos temas y mi superstición no pasaba de la de no cruzar por debajo de las escaleras abiertas o la de evitar a los gatos negros. Un amigo mío del bar, me había recomendado visitar a aquella especie de bruja. Entre cervezas, le confesé el desamor que sentía mi novia hacia mí y como cada vez estábamos más distantes; temía perderla.

Así que me encaminé hacia la dirección proporcionada por mi colega. El edificio era gris y estaba en el peor barrio de la ciudad. Entré por un pasillo que apestaba a orines y casi caigo al suelo al tropezar con una botella huérfana. Finalmente, llegué al piso y llamé a la puerta con los nudillos, al no ver timbre alguno. Abrió una abuela con los pelos ralos y blancos, un par de dientes como dentadura, envuelta en una especie de bata oriental de esas que regalan en el bingo.

En un principio la idea fue la de largarme, pero me lo impidió el pensar que diría mi amigo de mi cobardía. La vieja se dio media vuelta y se encaminó hacia un pasillo, sin decir nada. La seguí, bastante inquieto.

Entramos en una salita iluminada de un color rojo fluorescente, como aquellas habitaciones para velar las fotografías. En el centro había una mesa, un par de sillas y un pedestal con un búho encima. Ella se sentó al lado del animal y yo cogí la silla de enfrente.

—Vengo de parte de Tomás, me ha dicho que…

—No digaz nada —ceceó la abuela.

Cogió una caja y sacó una pata de pollo seca. Me empezó a bautizar con ella a distancia, como si me lanzara agua, mientras murmuraba unas extrañas palabras. Luego, de la misma caja, sacó una cinta de seda negra y le hizo un lazo a la pata.

Luego, se levantó y empezó a bautizar al búho con la pata mientras daba pequeños saltitos alrededor de la peana entonando un ensalmo. El bicho ni se movía y pensé que parecía estar disecado.

Al final del ritual, se acercó poniéndome la pata en la cabeza. Yo estaba aterrorizado por completo y no osé moverme.

—Zon cincuenta euroz —dijo sentándose de nuevo.

Saqué la cartera, con la pata aún en la cabeza, cogí un billete y se lo acerqué.

—Cójala y llévela ziempre enzima, ziempre enzima —repitió.

Cogí la pata, me levanté y sin despedirme me dispuse a largarme lo más pronto posible de allí.

Camino de casa, vi el bar abierto y me acerqué. Tomás, risueño como siempre me miró y al observar mi expresión de susto empezó a petarse de risa.

—Ja, ja, ja, ¿no me digas que has ido a ver a la loca esa?

—Pues sí, me ha costado 50 euros el hechizo.

—Ja, ja, ja yo me parto. Pero si era una broma tío, esa es la loca del barrio y todo el mundo se ríe de ella. Tiene una enfermedad mental y va siempre haciendo cosas raras. Hace poco se la encontraron en el cementerio desenterrando a un gato ja, ja, ja.

—Eres un cabrón y un mal amigo —mascullé, largándome del bar. No le dije lo de la pata para evitar que aún se riera más de mí.

A partir de aquel día no me quité la pata de encima, encontré una especie de funda y la llevaba siempre conmigo. Mi novia, esa misma noche, la del hechizo, empezó a estar más cariñosa que antaño. Solo llegar hizo la cena y luego hicimos el amor como nunca antes lo habíamos hecho.

Desde ese día soy el hombre más feliz de la Tierra, acompañado de mi fiel, dulce y amante esposa y de la pata, por supuesto.

Creditos: Daniel Canals Flores

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