Una muchacha acostumbraba a costurar al pie de la ventana de su casa, todos en el pueblo estaban con los preparativos para el día de muertos, todos terminando sus tareas domésticas, pues no se debe dejar nada inconcluso porque si no las ánimas llegan y al verlas inconclusas, lo terminan.
La joven costurera no hizo caso de las creencias de la gente, entre corte y pespunte siguió costurando un hermoso huipil hasta muy entrada la noche, de repente, escuchó las pisadas de gente caminando, como cuando se ha caminado mucho y casi se arrastran los pies.
Fue hasta la puerta de su casa y desde ahí vio pasar a una procesión, las personas iban con velas, una de ellas se desvió para acercarse a la costurera para preguntarle si ya mero terminaba; la costurera le contestó que sí y esta persona le regaló dos velas para que se alumbre en la todavía oscura noche.
La costurera, sin explicación alguna, sintió mucho sueño, dejó las velas que le regalaron en una mesita y se fue a su cuarto para recostarse en su hamaca, donde se durmió profundamente.
Cuando despertó al día siguiente, pensando que todo había sido un sueño, fue por las velas a la mesita, pero vio que en su lugar había dos huesos de la pierna, tal fue la sorpresa que le dio fiebre y tuvieron que mandar a llamar al cura para que hiciera un rezo para las ánimas y ella se curara.
Relato recopilado en Huay Max, Quintana Roo.
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