¿Estoy muerto? – El anciano supo que la presencia había ido a visitarlo antes de abrir los ojos. Levantó los párpados esforzándose por no cubrirse del todo con las mantas y vio a aquel niño pálido de siempre junto a la puerta, con la mirada fija puesta en él y el semblante serio.
—¿Qué quieres? —se atrevió a preguntarle.
El crío extendió su bracito y señaló la cama:
—Mi sitio.
—Pero es que estoy durmiendo —argumentó el otro.
—Papá y mamá se van volver a enfadar, ya verás —replicó el pequeño con un puchero después de frotarse los ojos.
—Vete. Esta es mi cama —lloriqueó Antonio.
—Ya, abu, pero es que siempre me haces lo mismo: me levanto a hacer pis y a la vuelta me has quitado mi cama.
—¡Es mía! —protestó débilmente contra aquel niño pálido.
—Abuelo, jobar. Que tú estás muerto. Vete y déjame dormir, porfi —le suplicó el chaval.
—¿Estoy muerto? —preguntó Antonio mirándose las manos, que comenzaban a desvanecerse como el resto de su cuerpo.
Jorge esperó a que el fantasma de su abuelo con alzheimer desapareciera del todo y se metió en la cama. Dos segundos más tarde, el niño volvía a dormir plácidamente.
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