Ha vuelto – Finales de los años setenta, en las afueras de una pequeña población.
Eran las siete de la tarde pero ya estaba oscuro porque era pleno invierno.
Daniel, un chico de doce años, seguía corriendo en la flamante bicicleta que sus padres le habían regalado esas recientes Navidades. Daniel era un muchacho muy obediente y buen estudiante, de ahí el regalo prometido. Se le pasaba el tiempo sin darse cuenta sobre su fantástica Gimson, la envidia de las bicicletas. El creía volar en ella. A esa hora ya debía estar en casa, pero se encontró de pronto en un escampado pasada la carretera.
-Ostras, dónde estoy! -exclamó preocupado después de frenar la bicicleta.
Escuchó unos pasos sobre la tierra, giró la cabeza y vio una extraña figura.
-Niño, te has perdido…?
-Sí.
-No te preocupes, yo te acompañaré hasta tú casa.
Son casi las nueve de la noche. En casa de Daniel, su hermana de diez años, está en la mesa del comedor haciendo los deberes de la escuela.
-Cristina! -grita la madre desde la cocina. -Dile a tu hermano que se lave las manos y ayude a poner la mesa!
-Mamá, pero si Daniel no está en casa, no ha llegado aún.
-Qué?! Cómo- cómo que no está en casa, si es casi la hora de cenar…!
-Ya te lo dije antes, no me hiciste caso, mamá!
La madre sale rauda de la cocina con un paño en la mano. -Pero dónde está…?
-Se fue en su bici, no te acuerdas?
-Dios mio, pero mira que hora es, no puede ser! Estás segura…? Daniel! -grita la madre buscándolo en su habitación.
-Qué no está, mamá!
Ay, Dios mío! Estará en la calle…?!
La madre atraviesa el comedor, abre el balcón y sale fuera mirando abajo en la calle.
-Daniel!! Daniel!!
Vuelve a entrar en el comedor, cada vez más preocupada.
-No le veo. Voy a ver si esta con alguien y se ha entretenido… Si es así se va a enterar…! Quédate aquí ahora vengo! -le dice a su hija mientras coje la llaves y sale del piso.
Cuando llega abajo, a la calle, lo busca por los alrededores desesperada. Se cruza con algún vecino del barrio y le pregunta por su hijo. La respuesta es negativa. Ella entonces sigue gritando: -Daniel!! Daniel!!
Por un momento la madre ya no sabe qué hacer ni dónde buscar. -Pero dónde habrá ido…?! -. Los nervios la atenazan.
Justo en ese instante llega por la acera su marido de trabajar, y encuentra a su esposa violentamente preocupada, con la bata de cocina y en zapatillas.
-Pero qué ocurre, mujer…? Qué haces en la calle así…? -le pregunta su marido extrañado.
-Es Daniel! Aún no ha vuelto!
-Pero qué dices?
Qué no ha vuelto, se fue en su bicicleta… Y aún no ha vuelto!!
El marido se queda unos segundos mirándola, cómo no dando crédito a lo que le dice su esposa y de pronto explota.
-Pero… son las nueve de la noche, la hora de cenar, y dices que no ha vuelto…? Es que hasta ahora no te has dado cuenta?! –
Sí! Estaba haciendo cosas, estaba haciendo la cena, creí- creí que estaba en casa! El siempre es tan puntual…!
-Maldita sea, sube a la casa, llama a las madres de todos sus amigos!
Subieron al piso rápido, una vez alli la madre estaba tan nerviosa que no sabía exactamente a quién llamar.
-Calmate! -le grito su marido-. Así no vamos a arreglar nada. Sabes por dónde fue…? -le preguntó a su hija que la pobrecilla seguía en el comedor, pensando, confiando que su hermanito volvería pronto. -Por dónde siempre va, supongo… -dijo ella.
-Vaya por Dios! -exclamó el padre, desesperado, pero intentando no asustar a su hija.
-Voy a buscar por los alrededores! Tu ves llamando. Averigua…! Ahora vengo! -dijo el hombre saliendo del piso, intentando mantener la calma. Mientras, la madre empezaba a marcar los números de teléfono.
En la calle, una terrible oscuridad alumbrada por unas pocas farolas. Eran los límites del barrio, colindante casi con el campo.
La humedad, el frío, una niebla acechante, apenas nadie, un coche pasando. El padre de Daniel buscando y gritando el nombre de su hijo. De pronto, un hombre que conocía se le acercó. -Qué ha pasado…?
-Nuestro hijo… Aún no ha vuelto a casa! Lo habéis visto!?
-No. A estas horas…?!
-Sí, coño!
-Cuanto tiempo hace qué no le veis?
-No sé…!
-Tienes que llamar a la policía.
-Sí.
-Ya tendrías que estar llamando, de prisa!
-Dios mio! -exclamó el padre, poniendo cara de angustiado por primera vez. Y fue para casa corriendo.
Cuando llegó al piso se encontró a su esposa sentada junto al teléfono llorando sin saber que hacer.
-Has averiguado algo…?! -exclamó él.
-No… -dijo ella entre sollozos.
La hijita, atenta a todo, pregunto: -Dónde está Daniel, mamá?
El padre no aguantando más la situación grito:
-Llévate a la niña a la habitación y quédate con ella!
Después fue hacia el teléfono, descolgó el auricular, y añadió mirando hacia su esposa: -Intenta calmarte, mujer!
Ella obedeció llevándose a la niña de ahí.
El padre marcó presuroso la rueda de números de aquel antiguo teléfono, esperó unos segundos… Y después exclamó: –
Policía…?! Eran casi las diez de la noche, y en la jefatura central de policía, un agente fue rápidamente al despacho del suboficial de guardia.
-Señor, un niño ha desaparecido.
-Qué… Dónde? -pregunto el suboficial, un poco adormilado.
-En el extraradio… En Los Puñales.
-Cuánto hace de eso?
-Por lo menos tres horas.
-Joder…! -exclamó el suboficial levantándose del asiento.
Se trataba del suboficial Sánchez, un hombre de sesenta y cinco años. El estaba punto de jubilarse. Lo necesitaba. Mucho había vivido en esa comisaría, en las calles…
-Qué va ha hacer, señor? -le preguntó el agente con cautela al suboficial.
-Déjame que piense…
El policía seguía en la puerta de su superior, mientras este reflexionaba, concentrado, preocupado.
-Envie una unidad a calle de la estación.
-Otra vez? Ahí no va a conseguir nada.
-Ya lo sé! La cagué, pero de eso hace un año.
-No fue culpa suya! Tenía lógica, podía escapar cogiendo un tren…
-Nosotros iremos a Los Puñales.
-No va a salir bien, señor.
-No voy a dejar qué vuelva a ocurrir! Maldita sea! Ya perdí un niño! Eso no volverá a ocurrir!
-Está seguro qué es él, otra vez?
-No, no lo nombres, por favor…
-No arruine su carrera, señor.
-Me importa una mierda! No perderé otro…
-Señor…
-Qué!
-Y nosotros?
-A Los Puñales. De incógnito. Y por Dios, los de la estación, sin sirenas, por favor… Ahora vete de mi despacho, he de hacer una llamada. Necesito una dirección.
-Señor, su carrera…
-Lárgate de mi despacho y cierra la puerta! -exclamó el suboficial descolgando el teléfono de su mesa…
Eran casi las once de la noche. En el barrio dónde vivía la familia de Daniel, Los Puñales. Se acababa de detener un automóvil frente a un cruce. En su interior el suboficial Sánchez y su agente. En la calle, ni un alma.
-Tu te quedas aquí, dentro del coche. Observas todo. Cualquier movimiento sospechoso de alguien, cualquier cosa… Vienes en mi búsqueda. Está claro?
-Sí.
-Te acuerdas bien de la dirección?
-Sí, señor… Quiere que le diga una cosa?
-No. -respondió secamente el suboficial. Abrió la puerta del coche y salió de él.
-Buena suerte, señor.
Sánchez no dijo nada, cerró la puerta del auto fríamente y se marchó.
Llegó a una avenida perdiéndose ante la atenta mirada de su agente. Sólo se oían sus lentos pasos. Silencio absoluto a su alrededor. El suboficial llegó a un pequeño portal. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y de él sacó un sobre que contenía unas llaves. Ese sobre y su contenido alguien se lo acababa de dar hacia menos de media hora. Arrugó el sobre con su mano enguantada y lo tiró al suelo. Con una llave abrió la puerta y entró en un pequeño vestíbulo a penas sin luz. Pero no fue hacia las escaleras, siguió recto, silenciosamente, hacia una puerta que había al fondo.
Cuando Sánchez llegó, se pegó mucho a ella, como intentando oír algo de dentro. Después metió la otra llave en la cerradura, y con sumo cuidado la giró. Empujó la puerta y entró en el piso.
En casa de Daniel, su madre sentada en la cama de su pequeña hija, abrazandola. Ambas en silencio. El padre nervioso.
Entraba y salía de la habitación. Nadie se atrevía a decir nada…
Mientras, el suboficial Sánchez avanzaba por el pasillo de aquel piso. Se oían de fondo voces procedentes de un televisor encendido, y esa era la única luz que se veía, venía de un salón. Un olor insoportable lo envolvía todo. De pronto, se oyeron unos golpes, como de martillo. Sánchez guardó las llaves en su bolsillo y de otro saco su pistola. Llegó con mucho cuidado al salón.
Había en un lado un pequeño sofa mugriento. Y en el otro lado unas extrañas y grandes jaulas apiladas. Siguió avanzando hasta una habitación. Entró. Había lo que parecía una cama llena de bultos con una manta por encima. Apenas llegaba la luz ahí así que no vio más. Pero oyó moverse algo… Destapó la manta de la cama y… Allí estaba Daniel! Estirado, atado y amordazado y vivo!Rápidamente el policía le levantó y lo primero que hizo es indicarle que guardará silencio.
Después, con una navaja cortó las cuerdas de sus manos y con cuidado le quitó el pañuelo y el esparadrapo que llevaba en la boca. Salieron de la habitación con mucho cuidado. El televisor incongruente seguía sonando. Ya no se oía el golpear del martillo.
Daniel, y el suboficial detrás, iban juntos ya hacia el pasillo, cuando de pronto el policía sintió que alguien le agarraba fuertemente el cuello por la espalda. Intentó revolverse pero esas manos que parecían tenazas seguían en su cuello. -Vete, chaval!! -gritó Sánchez, como pudo, señalandole con el brazo la dirección hacia la puerta.
Sánchez disparó su arma, pero tampoco sirvió de nada. Las terribles garras seguian sobre él… Daniel corría hacia la puerta. Sánchez perdía la respiración, mientras intentaba inútilmente zafarse de aquel asesino, que cada vez apretaba y apretaba más su cuello… Sánchez se tambaleó y su visión empezó a hacerse borrosa. El aire ya no llegaba a sus pulmones… Lo último que vio fue a Daniel abrir la puerta de aquel horror y desaparecer en la oscuridad…
Una hora después, Daniel fue acompañado de un policía hasta su casa. Sano y salvo. Sus padres le abrazaron y lloraron de alegría todos junto a él.
En la vivienda del asesino, del cual se desconoce su verdadera identidad, hallaron muerto al suboficial Sánchez. Se jubiló y cumplió su misión con honor.
Al día siguiente encontraron la bicicleta de Daniel escondida entre unos matorrales.
Del asesino, del que nadie se atreve a decir su nombre, sigue vivo y en paradero desconocido…
Enviado por nuestra administradora; Salim Rodríguez.